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Paterson pasa de los imperativos de ‘vive experiencias’, ‘apúntate a todo’, ‘prueba esto y aquello’ ‘sé tu mejor versión’; le da igual toda esa intensidad forzada, o fingida.

Paterson vive en Paterson, lleva una vida sencilla; se levanta a la misma hora, pasea a su perro, quiere y admira a su mujer, conduce un autobús, observa a la gente, se toma una cerveza siempre en el mismo bar, escribe poemas sin pretensión de publicarlos.

Está bien así, ya es feliz, no hay rastro de percepción alguna de vida gris.

Ni fluctuación incesante, ni aburrimientos cíclicos, ni ofertas de Ryanair; cualquier día ya es suficientemente estimulante, ninguna necesidad de atiborrarse de experiencias espectaculares.

Alguien que es muy mal negocio para la publicidad.

A contracorriente de la sobreestimulación; un referente, vaya.

Uno de los poemas (escritos por Ron Padgett) que aparecen en la película dice así:

«Cuando eres niño aprendes que hay tres dimensiones:
alto, ancho y profundidad.
Como una caja de zapatos.
Luego, escuchas que existe una cuarta dimensión: el tiempo.
Hmm… entonces, alguien dice
que puede haber un quinto, sexto, séptimo…
Me retiro del trabajo, bebo una cerveza en el bar.
Miro abajo al vaso, y me siento feliz».

Está claro, a lo sencillo no le apetece ser viral, no tiene ninguna necesidad de serlo.