Allá por el siglo Siglo XVII —anteayer, vamos— el filósofo Blaise Pascal decía algo así como que, para determinar el grado de salud mental de un individuo, era suficiente con ver si es capaz de permanecer media hora solo, sentado en una silla y en completo silencio, una cierta incapacidad de quedarse quieto en su habitación.
Puede pasar por una reflexión deformada por el tiempo, una extrapolación descontextualizada. Sí, y no. En mi opinión, no está exenta de razón, no absoluta, pero algo hay.
No poder estar a solas, sin recibir ningún tipo de estímulos externos, ni interacciones de ninguna clase, sí podría estar explicitando algún tipo de dificultad o problema subyacente, una evitación que esconde algunos eventos privados relevantes que sería interesante conocer. Cuestiones que seguramente no podremos trazar con facilidad ni clasificar categóricamente, pero que, en ocasiones —otras muchas no será necesario— sí habrá que tener en cuenta.
Tampoco es cuestión de andar ‘diagnosticando’ nada, de agarrar el DSM V —vaya manía le tengo— y tratar de extraer algo parecido a una conclusión taxonómica iluminadora, forzarlo a que explique cosas. Bien sabemos, que en esto de la psicología las cosas muchas veces no son tan fáciles, tan precisas, que desentrañar algunos problemas psicológicos no es como cuando añades los ingredientes al robot de cocina, le indicas un orden y un procedimiento y va, y te lo hace, una y otra vez el mismo resultado exacto.
En consecuencia, ¿podría ser indicativo de algún problema psicológico la búsqueda constante de estímulos externos? ¿Es la huida urgente del silencio una pista de la que debamos tirar?
*Seguiremos reflexionando sobre esto.